
En el lienzo dedicado al Café de Silverio he querido representar a un público cuya mirada se concentra en lo que ocurre sobre el escenario, con un cantaor, el mítico Silverio Franconetti, y su fiel guitarrista, el Maestro Patiño. En cierto modo, es un acto de memoria y justicia frente al olvido con que la ciudad de Sevilla ha castigado a Silverio, cuando ejerció un papel fundamental como cantaor y empresario, y en su reivindicación del cante para la escucha, sacándolo de su lugar habitual por entonces como mero acompañamiento del baile. En cuanto a la obra dedicada al Café El Burrero, he creado una escena en la que aparece otra dimensión del flamenco, más frecuente entonces, como mero entretenimiento para viajeros y para habitantes de la ciudad de distintas clases sociales. En este café cantante, el flamenco se concentró en el baile, compartiendo programa con otros espectáculos de variedades, dado el interés netamente empresarial del mismo.
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