Las sustancias del blanco

Suele considerase el blanco como la suma de todos colores. En la teoría del color el blanco es un elemento fundamental para la creación, pues sin él no estarían el resto de colores. Incluso podría calificarse como un “no color”. Pero la luz blanca ciertamente contiene todas las gamas en todas sus longitudes de onda posibles del espectro. Pictóricamente es un color físico que también se aplica como superficie, y como materia pictórica interviene como otro elemento visual más en toda composición, contrastando planos o iluminando atmósferas. Hay quien también lo pondera como un “meta color” que contiene un tipo de sensación visual relacionada siempre con lo calizo, lo luminoso y claro; por lo general en relación con texturas de contraste y las materias calcáreas.

La plástica del color blanco, de hecho, contiene un sinfín de posibilidades y ha sido empleada efectivamente de muy variadas formas y medios. Entrados ya en el siglo XX algunos químicos noruegos y americanos desarrollaron el blanco de titanio, más duradero y azulado donde se refleja casi toda la luz. Pero culturalmente hablando el blanco es el color de la serenidad, actúa como plano de fondo o escenario vital de toda proyección humana. El blanco suele configurar escenarios simples, a la vez sublimes y metafísicos; siempre define ámbitos donde es posible cualquier tipo de contraste, suceso o propuesta de carácter macro o micro cósmico. El blanco suele ir revestido de un halo de pureza y espiritualidad. Evoca calma y limpieza, a la vez una sensación opaca y transparente, según la calidad y brillo del pigmento o la materia que lo sustenta. Pero inequívocamente siempre nos trasfiere una sensación luminosa.

En nuestro contexto cultural andaluz es el color de la arquitectura y forma parte de nuestro hábitat, pero también se halla muy vinculado a valores tradicionales: el blanco es el “lujo de los pobres”, expresa limpiamente lo que se entiende genéricamente por dignidad popular. Es un color colectivo, usado de manera envolvente tanto en el entorno doméstico como en el urbanismo. La cal se aplica enjabelgada en paredes, volúmenes, recintos y muros. Alguien dijo que el blanco de la cal andaluza era la limpieza moral del pobre. La cal mantiene un humilde esplendor. Una superficie recién encalada, atendiendo en Andalucía a ciclos naturales, reorganizados en la liturgia social de los días, equivale a algo siempre recién inaugurado, listo a estrenar, y tiene la cualidad de reaparecer como algo en todo momento saneado y pulcro. Esto es algo fácil de confirmar en la limpieza casi religiosa de ermitas, conventos, huertas, cortijadas y camposantos. Blanco también es habito talar o alba con que se inicia el primer paso de la liturgia sacrificial. Blancos son los corporales que ofician sobre los blancos paños de altares. Blancos son también los sudarios con los que se amortaja en el lecho de muerte. Blancas son también las sabanas nocturnas que extendidas acogen nuestros cuerpos sobre el lecho: “blancas sábanas de luna” dice en refranero popular.

Pero lo blanco tiende a dilatarse en el espacio que lo conforma y se contiene en los volúmenes que lo reviste. Las páginas de un cuaderno con su limpia plenitud parecen reclamar algún grafismo, cualquier gesto contrastado o representación. La pulsión contrastada de un texto en negro, el encarnar una voz cualquiera en unos trazos o recoger por escrito un suceso digno de ser reseñado. Cualquier contenido dialoga con el vacío, nada o se sustenta sobre una superficie blanca. En cambio, todo lo que es blanco se expresa holgadamente en la geometría, en la misma forma descarnada que lo contiene y se define en el perímetro que lo delimita. En nuestro sur, el blanco, lo blanco, parece siempre tener una voluntad de forma. Predomina plegándose y haciendo quiebros en nuestras calles, en caseríos rurales, cortijos, abrevaderos, pilares y pozos.  Hasta hace poco ese blanco, podemos decir, universal, ha estado siempre presente como un regalo que encarna a la vez algo sublime. También psicológicamente nos trasmite un saludo o nos suscita una despedida aséptica, un tipo de comunicación no verbal, en sus dos posibilidades, común en toda la cultura mediterránea.

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