
DEVER-DE
Como en cualquier acto de reconocimiento en el que se aspire a obtener una gran repercusión pública del mismo, los homenajes suelen derivar en todo lo contrario a lo que pretendían. Celebrar un acto en honor de alguien, bien de conmemoración de algo o, sencillamente, demostrar públicamente admiración hacia una persona suele ser bastante complicado, principalmente porque un mal enfoque de tal evento puede desmerecer de la persona homenajeada y, por otra parte, un exceso de admiración rozando la adulación banal puede hacernos caer en la simple cursilería carente de trascendencia.
Este homenaje quiere destacar la importancia de José Luis Mauri, como pintor, como maestro, pero sobre todo por su relación con la acto de pintar, en su manera de situarse frente a la pintura, libre, sin guion prestablecido, sin miedo al fallo, siempre explorando y arriesgando, siendo ese su mayor legado.
En una sociedad cada vez más puritana, donde los monumentos no se hacen a las personas, -por si acaso un día mató a una linda mariposa-, sino a conceptos etéreos, se hace por ende necesario rescatar figuras como José Luis Mauri, que nunca quiso esa notoriedad, esa relevancia, -y no por qué no la merezca-, porque somos nosotros los que necesitamos el conocimiento de figuras de su talla, y exponer el legado de José Luis Mauri engrandece y enriquece a nuestra sociedad. José Luis no va a engrandecerse en su arte porque se le reconozca públicamente; somos nosotros los que sí necesitamos figuras como la suya para hacer frente a los superfluos nuevos ídolos de plástico que han aparecido en nuestro mundo a través de las redes sociales.
Esta exposición iba a tener por nombre “Azul y amarillo”, sin embargo, la obviedad de que el verde es la mezcla entre los dos; además, el nombre nos parecía poco sugerente. Según Kandinsky, en sus teorías recogidas en su obra titulada “De lo espiritual en el arte” donde el Amarillo, “el color cálido por excelencia” se dirige al espectador y el azul se aleja, siendo el amarillo el que tiende a lo físico y el azul a lo espiritual, conformándose en el verde la neutralidad, la quietud. También Kandinsky se refería al enfriado del amarillo con el azul, al color verde como un tono enfermizo. Afirmaba que el verde irradia aburrimiento y en contraposición de su primera afirmación lo compara con “una vaca, sana gorda e inmóvil” y con el verano (de Centroeuropa) en calma. Pero podríamos afirmar que lo que verdaderamente le molesta del verde es su equilibrio, su inmovilidad, su neutralidad frente a lo radical dejando el pie de página “! Qué bien lo expresó Cristo cuando dijo: “¡No eres ni frio ni caliente…! ¡Eres un tibio!” Le gritarían algunos amigos míos al color verde. (¡Centrista!)
Más allá de la teoría de Kandinsky resulta una obviedad que el verde representa la naturaleza y su fertilidad. El verde refleja el buen estado del campo, la abundancia de agua, la posibilidad de vida. Pero la complejidad del verde es su pureza, pintar el verde sin que se “ensucie”; ese verde que no es el que antecede al naranja o amarillo de una fruta, sino que le sucede en la podredumbre de una mandarina.
A pesar de su presencia abrumadora en la naturaleza, el color verde no es fácil de pintar, de componer o ajustar en las tonalidades. Es el gran desafío de lo plenairistas –plein air-, de aquellos que contemplan la pintura como un acto al aire libre. De aquellos como José Luis Mauri.
De la naturaleza del parque de Doñana que habita en el estudio De Juan F Lacomba surge la idea de esta exposición, una exposición homenaje a…, pero que debía tener un argumento o hilo conductor para que el espectador tuviera un punto de referencia a partir del cual pudiera contemplar los distintos cuadros de tan diferentes artistas.
Tenemos arquitectura racionalista por Daniel Bilbao, del natural a Juan José Fuentes Reyes, identificarnos en una de las cabezas de la hidra de Curro González, el manejo de la luz y la paciencia por Joaquín González, las fronteras del verde pintadas por Juan Lacomba, lo primero, lo último y el amor de Mauri, la morfología fósil a través de su maestro Pérez Aguilera, Y un Dios “Ilimitado y cálido” en el paisaje de Ricardo Suárez.
En casa de José Luis Mauri se puede viajar a muchos sitios, pero uno de los viajes más interesantes es el realizado a través del dibujo de Fernando Zóbel hasta una clase de José Luis; imagino un ambiente afable con la admiración de los que ahora me hablan de sus clases y a la vez lo recuerdo dibujando a una modelo en el estudio de Quino. Y reflexiono sobre la libertad de su mano cada vez que se enfrenta a una nueva pose.
En el mosaico de cuadros que aquí se exponen están las primeras piezas que ejecuta del natural que se pueden comparar con las que ha realizado actualmente, con una diferencia temporal de más de setenta años, demostrando a lo largo de su trayectoria que José Luis siempre ha perseguido la pureza de su pintura huyendo de los métodos y las fórmulas que suelen usar muchos pintores para estandarizar su propia creación con el objeto de que no se le identifique como “personal”. Sin embargo, José Luis tiene el compromiso con la libertad frente a la pintura, una libertad que es insegura, porque puede llevar a grandes errores, pero es la única que acerca a la posibilidad de tener una verdadera obra de arte.
Las grandes obras desconocidas de José Luis son sus retratos y bodegones, aquellos de sus primeros años hechos con total libertad y aquí, como no podría ser de otra forma, nos acompaña un retrato de Araceli, el que le gustaba a Carmen Laffón.
Que José luis merezca una gran retrospectiva no es por el hecho de honrar a tan magnífica persona, sino por que tengamos la oportunidad de poder conocer, ver y disfrutar su trayectoria. Comprobar porque Jose Luis en su juventud obtenía las becas y premios por delante de artistas como Antonio López.
La verdad y la bondad son independientes del éxito o la fama, probablemente no conllevan notoriedad, pero, no obstante, son claves para el mejor legado; la familia y grandes amigos. Ser querido siempre es mejor que ser reconocido.
Fernando Mañes Izquierdo




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