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¿Has estado allí?


Miércoles, 27 de diciembre de 2022. Áhê taller, pasan un poco de las 12 del mediodía.


Quedamos en su taller. Charlamos sobre la acumulación de compromisos en estas fechas navideñas al tiempo que Ana va sacando las obras que ha planteado para la exposición, poniéndolas en su mesa de trabajo junto a dos lienzos que reposan en sus caballetes.
Su visión me produce sentimientos encontrados. Por un lado, sombras, ruidos, destellos, fogonazos… En definitiva, recuerdos que se amontonan tras una noche de fiesta y bien podrían aparecer diseminados al despertarse al día siguiente o buscando rastros en el móvil. Una galería de situaciones inmediatas que se tornan en muecas y gestos que, en muchas ocasiones, no van más allá de unos pocos de segundos y que se nos quedan grabadas en el inconsciente. Frente a esta simpática vorágine, encontramos luz, silencio, introspección, calma… Una sensación de protección que nos remite a la evocación del refugio:
casa. Ese lugar en el que queremos —y necesitamos— estar.


Podríamos hablar de la alternancia de un lenguaje con una clara cadencia expresionista, tanto en el uso del color como en su aplicación, con otras obras donde sale a la luz todo el trabajo basado en el dibujo tomado casi en una sola secuencia, donde bien podríamos rememorar a Daumier en la inmediatez y la
capacidad de diseccionar los rasgos más esenciales. Hay personajes que no podemos identificar y que se asoman al tradicional uso de la máscara en artistas de la vanguardia clásica, como Ensor, que nos ligaba su representación a la soledad en los albores de la Sociedad de Masas. Otra lectura nos podría
acercar a una interpretación basada en deidades clásicas, caso de Jano, en la medida que nos acercamos a un relato dividido en dos partes, una transición, que no necesariamente nos lleva en una única dirección.


Se podrían lanzar bastantes referencias en los dibujos y pinturas. Las pistas están ahí y tenemos la tentación de seguirlas, pero nos perderíamos en los detalles. Lo que verdaderamente salta a la vista es que Langeheldt se vale de su conocimiento, adquirido en sus años en la Academia y desarrollado exponencialmente en su trabajo, tanto en la calle como en el estudio, para mostrarnos un particular simbolismo que se acomoda en el uso de la dualidad como un reflejo personal que se podría aplicar al de toda una generación pospandémica. No somos mejores personas. Ni peores. Simplemente, hemos cambiado.


La alternancia de técnicas nos remite a una variedad de estados de ánimo que, a modo de gama cromática, nos pasan por delante. Todos se erigen como hitos vitales en las obras que confluyen en esta muestra: de la euforia de un momento irrepetible a esa soledad en la que la introspección nos envuelve y
abraza. El recuerdo, esbozar una sonrisa o fruncir el ceño intentando recordar detalles que el tiempo nos ha ido arrebatando, sobrevuela algunas de las composiciones, mientras que otras transmiten cierta distancia de todo ello, llegando a sugerir que respiremos hondo y focalicemos la mirada hacia dentro.
El conjunto se nos presenta como un irremediable equilibrio de contrarios que se abrazan: día-noche, sístole-diástole, escala de grises-color… En los juegos infantiles casa es estar a salvo, ser inmune a que te cojan. Ese espacio de seguridad que siempre hemos necesitado. Al contemplar las obras, resulta casi inevitable darse por aludido/a. También nos ha pasado. Las imágenes tienen la capacidad de volver a evocar, al igual que también necesitamos un sitio al que volver, un refugio. Todo ello convierte a Langeheldt en una cómplice inesperada de nuestras propias vivencias. En cualquiera de estos dos planos de realidad hemos estado ahí y, en algún momento, siempre vamos a necesitar volver.


Pablo Navarro Morcillo